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No me enamoro de tus pupilas coloreadas, ni de tus labios sabor vainilla, no me han conquistado realmente tus cabellos al viento, ni el rubor de tu tez blanca cuando te sonrío con aquella sonrisa malvada que te invita a sonreír coqueta, a viajar como bandidos sin saber del mundo.
Realmente no nos enamoramos de nuestros ojos, ni de nuestras sonrisas, cuando nos vimos, lo que apreciamos fueron nuestras expresiones, el interno sentido verdadero, escapando por los poros y por la mirada, cantando su verdad a través de nuestra sonrisa.
Me enamoré cuando te vi esa tarde arrugar la frente y cerrar tus ojos, cuando me sonreíste de lado nerviosa, me enamoré de tu risa al estallar, de tu mirada al expresar lo que tus labios aun solían callar. Creemos ingenuamente y orgullosamente que nos encantamos de la belleza de las personas, de sus ojos y su sonrisa, de sus labios y sus pestañas, pero solo amamos, lo que viene de lo profundo y es único en ella, de esa expresión que es tan propia y que nunca olvidaría.