Se caen los muros de los caídos, de los perdidos miserables que no tienen vida, que se escurren entre las risas perdidas de miles. Los iracundos se enojan con la vida porque temen vivirla, demasiado asustados para sonreír, para amar a un hermano, para dar una rosa a una dama preciosa. Y Me tropiezo entre los rezos de aquellos que profanan su religión, cantándole a Dios, y sin mirar a su prójimo, sin importarle su suelo, como amarán al padre, sino saludan a su madre, como crece el hombre sin la leche y el alimento de su madre, como es grande el hombre para salir con el padre, si nunca aprendió de su madre. De su tierra.
Y pasan las tardes, con un sol que nunca llega a la noche, siempre se esconde temeroso a la vampireza Luna, que amenaza con el colmillo. Pero como es bella yo me rindo a sus encantos, como bobo enamorado, como torpe que no mira, que no se entera que le acechan peligros.
Se deslizan verdades entre tantas mentiras, entre tanta palabra algún buen silencio será bendecido y recordado como el más sabio.
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