Le alistaron con una cadenita en el cuello nada más, la que le recordaría quien es siempre, le dijeron marcha y no mires atrás, la vida te mostrará la senda que debes tomar… así se alejó de sus tierras, solitario y en silencio, aún pequeño y sin saber que le esperaba viajo a través del tiempo, y pasó por arenas sedientas, aguas profundas y cielos nevados, hasta que llegó a la tierra del hombre. Allí se sentó a llorar su destino, no entendía porque debía estar tan lejos de todos los que amaba, por qué su vida la regalaban. Se sentó al borde del risco, sin miedo, él no temía a la muerte, y sentado miraba las estrellas, anhelando su hogar.
Pasó el tiempo y entre las todas personas que miraba, encontró algunas, y una a una las fue conquistando, y las atrajo tanto, que parte de su vida él les entregó. Había momentos en que incluso se sentía parte de ese mundo extraño y egoísta. Pero él amaba más la tierra que las monedas, más el cielo y las estrellas que las telenovelas, amaba más un atardecer del bello Sol, que todas las fiestas y el alcohol. A menudo extrañaba su hogar, pero pronto entendió que su vida había solo existido para poderla regalar, a esta gente de este mundo, él era amor para un pueblo que necesitaba ese calor, el era esperanza para un mundo que necesitaba Fe, de días mejores. Él fue el mensaje de su padre que lo envió, él fue el Regalo más hermoso, la estrella más amada.
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