Me recosté en la cama mirando el techo, cerré entonces los ojos y dejé de pensar, en ese preciso instante, hubo silencio mundial, fue un segundo eterno que nunca quise terminar. Empezó a desprenderse el techo, abriéndose la noche en mi cielo, en ese instante comencé a dividirme como hojas de papel rotas, y a volar por entre el viento, saliendo de mi habitación, largándome del mundo, de la gente y desaparecí. Partes de mi fueron a dar a un molino antiguo, otras se quemaron en un fuego gigante, llegué a los recónditos escondites lejanos, a las pirámides y al Mar.
Volé por el mundo, sin que nadie me pudiese encontrar, y anduve con gaviotas y mariposas, con la lluvia en cada gota, hasta en la conciencia más remota.
Me partí en mil trozos y me esparcí por el mundo, y pronto la historia me olvidó, de las letras mi puño relegó, me llevó la brisa en trozos, a la vida de muchos otros, estuve con ellos siempre, como un pequeño fragmento de un poema olvidado, de una prosa de amor perfecta jamás pronunciada. Como esa pequeña frase incompleta que jamás nadie pudo comprender, porque nadie nunca encontró el resto de las piezas de mi ser.
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