Hay ciertas angustias que te carcomen el alma, heridas que no sanan con los años, que quedan abiertas y una sola brisa de viento hace que duelan en carne viva. Hay dolores que nunca llegamos a olvidar, solo aprendemos a convivir con ellos, y son una parte nuestra que cargamos encima siempre, las llevamos como ropa, pegada a nuestra piel y pesan. Hay engaños que te parten en dos, que te quiebran por ser desmedidamente duros. Porque nunca pensaste que esas personas te podían fallar.
Y a veces caminas por la vida y antiguas, muy antiguas heridas empiezan a carcomer tu espíritu, te sientes abatido y melancólico. Y te pones jodidamente triste. Pero a pesar de ello, debes comprender que son las heridas abiertas, los golpes del pasado los que nos convirtieron en lo que somos hoy, los que nos mostraron el camino y los que nos dijeron levántate que esto no ha acabado. Es que fueron mis mayores dolores, los que propiciaron mis mayores aciertos, fue mi llanto más triste el que me enseñó que no importa que sucediera, siempre podía seguir. Fue mi yaga más dolorosa la que me forjó el carácter… Sin duda mis momentos más difíciles fueron los que hicieron mi vida más fácil. Mis dolores más profundos y mi mayor problema fueron los que me convirtieron en un guerrero, su recuerdo me motivó a seguir luchando siempre, fueron los que me hicieron comprender el universo. Porque
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